Hay un momento sagrado en toda buena comida que se respete. No es el brindis del principio (aunque se agradece). No es el segundo plato (aunque suele ser el más instagrameable). No es ni siquiera el postre. Es ese instante mágico en el que alguien, con voz sabia y sonrisa cómplice, dice: “¿Un digestivo?”
Y ahí, amigo mío, empieza otra comida. Una para el alma. Para la sobremesa. Para los que saben que no hay prisa cuando estás a gusto. Y en Casa Vieja, con nuestra terracita junto a la fuente de los Delfines, créeme: a gusto se está muy fácil.
Vayamos por partes: un digestivo no es un licor cualquiera. Es ese trago que se toma después de comer y que, según dicen (y según sienten quienes lo disfrutan), ayuda a hacer la digestión. No sabemos si es por las hierbas, por el alcohol o por la conversación que se alarga mientras lo bebes… pero el caso es que funciona. Y además, te pone en modo relajado total. Sobremesa lenta, palabras largas, risas suaves.
Los digestivos son como el broche de oro. Como la playlist final que suena cuando ya se han bajado las luces. O como ese mensaje que te llega justo cuando pensabas que ya no ibas a tener plan. Sutiles, elegantes, potentes… y muy disfrutables.
Esto no es nuevo. En la Edad Media, los monjes (que sabían más de lo que parece) ya elaboraban licores digestivos de hierbas y plantas aromáticas con propiedades digestivas. Eran remedios “espirituosos” en todos los sentidos. Se usaban tras las comidas copiosas de la nobleza para evitar eso que hoy llamamos “empacho” y ellos llamaban “castigo divino”.
Más tarde, en los siglos XVII y XVIII, los digestivos se popularizaron entre las clases altas de Europa. Se servían en copitas pequeñas, con mucho estilo, y eran casi un ritual. Hoy, por suerte, se han democratizado: los encuentras en bares, pubs, terrazas con encanto (hola, Casa Vieja), y no necesitas título nobiliario para pedir uno. Solo buen gusto.
Aquí va mi ranking personal. No están todos los que son, pero todos los que están… funcionan:
Licor de hierbas gallego: directo, intenso, con ese punto salvaje del norte. Si lo pides en Casa Vieja, te llega frío y con carácter. Como debe ser.
Orujo: blanco, de café o de crema. El orujo es el comodín de los digestivos. El que pide tu tío, tu amigo moderno y ese ligue que no sabes si se va a quedar a cenar otra vez.
Amaretto: dulce, italiano y con sabor a almendra. Ideal si eres de los que necesitan postre líquido. Pruébalo solo o con hielo. Peligrosamente seductor.
Fernet: amargo, fuerte y con toda la actitud argentina. No es para todos… pero los que lo entienden, lo veneran.
Pacharán: fruto rojo, espíritu navarro y sabor entre lo dulce y lo silvestre. En Casa Vieja lo servimos bien fresquito, y entra como un suspiro de verano.
Chartreuse: este lo inventaron los monjes cartujos y lleva más de 130 plantas. ¿Hace falta decir más? Es como tomarse un bosque, pero con estilo.
Limoncello: si prefieres algo cítrico, dulce y con acento del sur de Italia, este es tu digestivo. Perfecto con vistas a la fuente de los Delfines, por cierto.
Grappa: uvas destiladas y alma italiana. Fuerte, seco, para los que no se andan con tonterías.
También está el anís o incluso el vodka o el brandy o el aguardiente. Todos de alto contenido alcohólico.
Bueno, hay ciencia y hay sabiduría popular. La ciencia dice que los digestivos, al tener hierbas, especias y alcohol, estimulan la producción de jugos gástricos y ayudan a que tu cuerpo digiera más fácilmente. Pero la sabiduría del pueblo va más allá: un digestivo se toma para alargar el momento, para saborear la conversación, para quedarse un rato más sin tener que inventarse excusas.
Es ese pequeño ritual que te dice “no te vayas todavía, quédate otro poco”. En Casa Vieja lo vemos cada día: gente que iba a irse, pero pide “ese último chupito” y termina riéndose media hora más. Y claro, cuando estás en una terraza con encanto, con el sol cayendo, buena compañía y un digestivo en la mano… ¿quién quiere irse?
No obstante, en algunos caso también se toma como aperitivo.
Aquí nos tomamos en serio eso de la sobremesa. Por eso, además de darte de comer bien y servirte birras como Dios manda, tenemos una carta de digestivos que da gusto. Puedes pedir el clásico de siempre o dejarte sorprender por uno nuevo. Y si no sabes cuál elegir, te lo recomendamos con una sonrisa. Que en Casa Vieja venimos a disfrutar, no a complicarnos.
Además, si vienes con grupo, celebras algo especial o simplemente te apetece estar a lo grande, puedes alquilar el local para tu evento privado. Comida rica, terraza encantadora, copas al gusto y digestivos para acabar como se merece. ¿Qué más quieres?
Así que ya sabes: la próxima vez que comas bien, no te levantes de la mesa tan rápido. Quédate un rato más. Pide un digestivo. Brinda por lo vivido. Y si puedes hacerlo en Casa Vieja, mucho mejor. Y siempre con moderación.
Te esperamos en nuestra terraza. El digestivo corre de tu parte. Las risas, ya las pone la casa.
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